Alberto Palacios Lázaro

Alberto Palacios Lázaro


El helado del verano

11/08/2023

Por el título, bien podía hablar de los de Ramón… Pocas cosas son comparables a la empatía que se forja a los 40° de las sombras de Madrid. En agosto, la capital se vacía. Pasa a ser un plató de cine con pocos extras y ningún protagonista. El reducto de irremediables valientes que quedamos, nos miramos de otra manera. «Ánimo», nos deseamos sin terciar palabra. Los madrileños hablan maravillas de su agosto: no hay ticket de la ORA, los teatros tienen entradas disponibles, no hay cola en los museos, se puede cenar sin reserva… Casualmente, todos los alabadores te lo dejan dicho en julio porque ellos no pisan la capital hasta septiembre.
Sobre lo de los museos, un inciso. Es verdad. El otro día, fui a la exposición que celebra el 40 aniversario del Oscar que ganó José Luis Garci. Sin cola previa, las salas estaban a mi disposición, aunque el recinto está preparado para cientos de personas. Tuve la estatuilla para mí. Los guiones esperaban a que los leyera con esmero. No venía nadie detrás. La muestra está siendo un éxito de afluencia, agostos aparte. España reconoce a uno de sus grandes. Un genio más maltratado por la industria cultural española por ser libre y no querer comulgar con carros y carretas. Tras rendir homenaje, regresé a casa -por la sombra- pensando en lo injusto, como lo es el verano. Una fecha en el calendario, caprichosa, impone la manera de disfrutar de las cosas, y las redes lo han rematado.
Para que luego digan que no hay que hacer colas. Esa misma semana tuve que esperar a que el conserje del mi edificio me diera un paquete. Delante, un vecino, le comentaba: «No creo, pero igual vamos al pueblo unos días. Está complicado. (Frotó su dedo índice con el pulgar). Otro año, si no. Aunque voy para abajo». En ese instante, en mitad de la acera, el recuerdo me partió como al olmo. Este hombre, muy mayor, ya bajito, con las manos más que trabajadas, tiene en casa, sine die, a los nietos. Coincido con él y el más pequeño en la tienda de abajo. Un día, el pequeñajo, avispado, cogió un helado. Se lo entregó a la dependienta detrás de la pequeña barra de pan que, segundos antes, había escogido su abuelo. El hombre, avergonzado, le dijo que no, que ya sabía que «eso no, hijo». Porque el verano no siempre es helados, playa y hoteles, no es un barquito con amigos, no es una barbacoa sin miramientos, no es un crucero, no es cenar fuera los findes… a pesar de los anuncios de cerveza y las redes. A veces, es renunciar a todo para intentar volver, unos días, al origen de todo. Ni hablar de Maldivas, Ibiza o el pantano. Una cosa es lo que creemos que debe ser y, otra, lo que es. El verano no es un eslogan, es la vida. Y en la vida, a veces, hay justicia e, incluso, dependientas que regalan el helado. Hace días que no les veo.