Marcelino Núñez cumplirá 90 años en un mes y medio. Es uno de los sacerdotes más longevos de la Diócesis de Osma-Soria. Al igual que Antonio Utrilla (91 años) reside en la Casa Diocesana en la capital desde hace un tiempo. Forman parte de la plantilla veterana de la Iglesia Católica en la provincia. Así lo atestigua, libreta en mano, el padre Marcelino. Muestra su propio censo de curas. «En total somos 90. Alguno no vive en la provincia. Con más de 90 años son 20. De 80 a 90 años, otros 20. De 70 a 80, nueve; y de 24 a 70 años, 41. El más mayor tiene 99 años», repasa.
Este listado, con nombres, apellidos y fechas de nacimiento de los presbíteros pone negro sobre blanco en torno a la realidad vocacional: más de la mitad de los sacerdotes de la Diócesis es mayor de 70 años. Nada que ver a cuando iniciaron su carrera religiosa los padres Marcelino y Antonio, en los años cincuenta del siglo pasado. Aunque solo una parte de los que ingresaba en el seminario alcanzaba el sacerdocio, apelan a aquellos cursos de finales de la década de los cuarenta del siglo XX con más de sesenta alumnos.
Antonio Utrilla, natural de Chércoles, lleva un año viviendo en la Casa Diocesana. Fue ordenado en 1957 y su primer destino fueron Sagides y Chaorna, donde estuvo cinco años como cura. Después se desplazó a Arcos de Jalón, municipio en el que permaneció una década. Y su destino definitivo fue Santa María de Huerta, donde fue párroco durante cincuenta años y en esta localidad residió hasta 2022. «Llevaba seis pueblos, Santa María de Huerta, Almaluez, Montuenga de Soria, Aguilar de Montuenga, Judes e Iruecha», enumera. El sacerdote pone de relieve que, en aquellos años, los curas eran «como asistentes sociales» de los más necesitados del entorno.
Ambos son curas rurales. En el caso de Marcelino, nacido en Quintanas Rubias de Abajo, su ordenación llegó en 1959 y su primera parroquia fue la de Vizmanos, tiempo en el que también se encargó de Verguizas y Ledrado, en la comarca de Tierras Altas, por un periodo de cuatro años. Su siguiente designación fue Gallinero, incluidas las localidades de Arévalo de la Sierra, Torrearévalo, Ventosa de la Sierra, Cubo de la Sierra y Segoviela, hasta que, finalmente, en 1967 tomó la riendas de la iglesia parroquial de Almarza, municipio en el que estuvo durante medio siglo.
Tanto por su trayectoria sacerdotal como por sus lugares de origen, los dos curas conocen bien la vida rural soriana. Lo que fue y lo que queda. Rememoran aquellos años en los que las iglesias se llenaban los domingos y lo comparan con la escasa afluencia de fieles en estos tiempos. Por la despoblación y por la crisis de fe, que coinciden, padece de la sociedad. «Antes, todo el mundo iba al rosario. Ahora ni pisan la iglesia», lamenta el padre Antonio.
Aunque los dos dejaron sus respectivas parroquias al cumplir los 80 años, continúan en activo. El padre Marcelino oficia media docena de misas al mes en la iglesia de Nuestra Señora de la Mayor en la capital soriana y de esta forma respalda al párroco titular Javier Ramírez que se encarga de «muchos pueblos». Por su parte, Antonio acude a diario a las 9.00 de la mañana a «decir misa» para la decena de religiosas que viven en el Sagrado Corazón. «Te jubilas en tu parroquia, pero un sacerdote nunca deja de serlo», advierte Marcelino.
tradición familiar. En los dos casos, los sacerdotes apelan a su infancia en un entorno familiar de tradición religiosa como un factor determinante en su vocación y en el paso adelante que dieron siendo unos niños para ir al seminario y continuar con la formación hasta que llegaron al sacerdocio.
«Estoy seguro de que mi madre me inculcó la vocación», subraya el padre Antonio, que en 1945 entró en el Seminario Diocesano de El Burgo de Osma. Asegura que «nunca» tuvo crisis de fe y apunta a que el «ambiente de las parroquias» en las que ha ejercido ha sido clave para mantener firme su vocación. «Vivimos una época buena del sacerdocio en la Iglesia. Los primeros años las iglesias estaban llenas, iba todo el mundo», rememora.
en el seminario. Por su lado, Marcelino que sostiene que con doce años él fue quien eligió ir al seminario en el año 1947, también reconoce que en su juventud afloraron «algunas dudas». «Me fui a Deusto a estudiar Filosofía y Letras. Allí nunca supieron que ya era cura. Sin embargo, ahí me reafirmé en el sacerdocio», asume.
En el caso de Marcelino existía precedente familiar en el ministerio. En concreto, dos tíos de su padre fueron curas, uno de ellos mayordomo en el seminario y el otro ejerció en Villanueva de Gormaz. Además, quien fuera párroco de Almarza durante medio siglo también dio clases de catequesis en el pueblo, fue profesor de Religión durante 14 años en el Instituto de Educación Secundaria Politécnico e impartió docencia en la escuela de Tera durante algún tiempo. De la misma forma, Antonio se ocupó «toda la vida» de la docencia religiosa en la escuela de Santa María de Huerta.
Los presbíteros nonagenarios coinciden en que, en estos momentos, «es muy difícil» revertir la deriva vocacional y, además, atraer a mayor número de católicos a las parroquias. «Ya has visto lo que hay. De mi curso éramos veintitantos, quedamos once y estamos cuatro en la Casa Diocesana», resalta portando de nuevo su cuaderno. «La fe está, pero dormida», sentencia el padre Marcelino.
lo que no se olvida. Aunque tanto Marcelino como Antonio se encuentran en el listado de los sacerdotes mayores de la Diócesis, demuestran que conservan una memoria privilegiada. Al repasar sus más de seis décadas dedicados a la Iglesia, tienen muy presente cómo fue su primer día. «En agosto de 1959 entré a Vizmanos en yegua», cuenta el padre Marcelino.
Antonio cuenta, igualmente, con todo detalle cómo fue su aterrizaje en la estación de Arcos de Jalón, donde lo esperaba un arcipreste conocido que lo llevó en coche a Sagides. «Me dijo: voy a coger formas, por si no hay en la iglesia», abunda en su relato.
Los dos han residido en las casas del cura que había en la mayoría de los pueblos. En el caso de Antonio Utrilla, la vivienda que ocupó en Santa María de Huerta es propiedad de los monjes cistercienses, a quienes tuvo que entregar las llaves cuando cesó como párroco.
Asimismo, Marcelino explica que durante nueve meses estuvo de pupilo en una casa particular en Vizmanos y cuando tuvo su propia vivienda, se trasladaron con él sus padres, con los que también convivió en Gallinero durante cinco años. «No había ni agua corriente, así que conseguí un casa en Portugalete (Vizcaya), donde ya vivía mi hermana y allí se quedaron», describe. En Almarza estableció su domicilio en la casa del cura.
recuperar vocaciones. Retomando el asunto de la crisis de vocaciones que la Iglesia Católica arrastra desde hace décadas y que está presente durante toda la conversación con los dos sacerdotes, insisten en la dificultad para cambiar esta tendencia. «Antes en los pueblos no había nada, era una vida como más tonta. En Gallinero había una televisión para todo el pueblo. Así que se iba a misa», admite Marcelino.
No se explaya en recomendaciones, quizás por falta de convencimiento de que las mismas surtan efecto, aunque sí sugiere a los católicos que «lean el Evangelio y cultiven la fe». «La mayoría de la gente tiene fe, pero les absorbe el ambiente que les rodea [...] El 'para siempre' ha fracasado. Estable ya no hay nada», afirma el cura en referencia a la vocación religiosa y al matrimonio.
En este sentido, el padre Antonio también es escéptico y no ve fácil un repunte en las vocaciones. «El cambio ha sido total en todos los aspectos. Y más en los pueblos, donde no hay nada», significa.
a futuro. Preguntados por si consideran que la Iglesia debería acometer cambios a futuro que favorezcan la atracción de fieles y, al mismo tiempo, fomentar vocaciones, apelan a la «comprensión». «Cuando escuchas al Papa Francisco y sabes cómo ha sido de rígido, te hace pensar. Pero no todo el monte es orégano. Para mí, Benedicto XVI era fenomenal, es mi modelo, lo cito en mis homilías. Fue un hombre íntegro que se dio cuenta de que hacía falta alguien con más agallas tal y como venía el mundo y plantó su dimisión, fue el primer Papa que lo hizo. Sabía lo que tenía que hacer [...] Hace falta un Papa con fuerza para dar un golpe grande en la Iglesia, para reflexionar que no solo es una cuestión de número. ¿Cuántos católicos hay en Soria? En iglesia de La Mayor puede haber 200 personas en misa, pero a esa parroquia pertenecen 10.000. La fe no se vive. Hay que formar a la gente para que sepa lo que es vivir el cristianismo», argumenta Marcelino.
En este sentido, el padre Antonio pone de relieve que todos los papas han introducido cambios y apostilla que Juan Pablo II «hizo muchas cosas» por la transformación de la Iglesia.