De aquello hace veinte años y, si miramos por un momento a Gaza (31.000 muertos en el desquite por la salvajada del 8 de octubre en territorio israelí) resalta la atención la franciscana reacción de la sociedad y el Estado españoles que, a parte de la respuesta judicial, jamás hablaron de venganza contra nada ni nadie que de cerca o de lejos recordase la orientación religiosa, política o cultural de la célula del "terrorismo islámico" que nos amargó la vida con aquel jueves de sangre (11 de marzo, 193 muertos) previo al domingo de urnas (14 de marzo) de 2004.
Veinte años después lo que toca es honrar la memoria de las víctimas y volver a sentir en diferido la vergüenza por la insoportable politización de la tragedia que se produjo desde el minuto uno de las explosiones en cuatro trenes de cercanías de Madrid.
Rehenes de su propia ansiedad por el riesgo de que lo ocurrido les hiciera perder las elecciones -así ocurrió-, los dirigentes del PP se empeñaron en mantener la sospecha de que ETA estaba detrás de la masacre, incluso cuando ya las tempranas evidencias habían consolidado la certeza de que aquello era cosa del terrorismo islámico y no del terrorismo de ETA, al que tan acostumbrados estábamos en nuestro país.
Sorprende que, veinte años después, el mismísimo presidente del Gobierno de entonces, José María Aznar, en un innecesario y absurdo intento de mantener sus tesis iniciales ("los autores no están en desiertos remotos ni en montañas lejanas") declare públicamente que "ningún documento afirmó la responsabilidad yihadista".
Al menos podía remitirse el expresidente a la verdad forjada en los bastidores del Estado de Derecho. Ahí encaja el duro, esforzado, meritorio y paciente trabajo de policías, fiscales, jueces, peritos y cientos de testigos. Se aplicó la ley y se condenó a 21 de los 29 procesados. Solo uno como autor material (Jamal Zougam). El resto de los que pusieron las mochilas con explosivos en los trenes se suicidó en un piso de Leganés cuando estaban acorralados por la policía el 3 de abril de 2004.
Sin embargo, algunas terminales mediáticas siguieron fieles a la tesis de que detrás de los atentados de Atocha había un autor intelectual de cercanías. Esas terminales envenenaron la vida política de al menos los diez años siguientes al atentado como esforzados defensores de una verdad subversiva: el mister X de los atentados de Atocha habita entre nosotros. Qué temeridad, cuánto atrevimiento.
Con el paso del tiempo llegamos a saber mucho más de las teorías sobre la autoría de la salvajada que de los dramas humanos en cientos de familias. A estas les faltó calor humano, solidaridad, cariño, respeto. Y las asociaciones de víctimas tuvieron que convivir siempre con el Indecente espectáculo de una clase política dividida.