El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez ya ha perdido, sea cual sea la decisión que adopte el lunes sobre su permanencia en el cargo. Si presenta la dimisión habrá cedido a la presión que la derecha viene ejerciendo sobre él y sus gobiernos desde que accedió a La Moncloa primero por la moción de censura y luego con el segundo pacto con los partidos que le brindan el apoyo parlamentario.
Si no dimite, y como alternativa decide someterse a una moción de confianza, estará dando la razón a todos aquellos que, con el PP en primer lugar, consideran su carta a la ciudadanía una estrategia política para salir reforzado, a los que califican su decisión como una muestra de narcisismo infantil que revela su ansia inmoderada de seguir en el poder, y a quienes dicen que ha lanzado un desafío a la prensa y a los jueces. Si sigue, a Pedro Sánchez le va a perseguir su carta y su pausa para reflexionar el reto de su vida política.
El método utilizado por Pedro Sánchez para expresar como se siente por la situación que atraviesa su esposa, Begoña Gómez, puesta bajo la mira de un juzgado por tráfico de influencias, qué hasta el propio denunciante, Manos Limpias, duda de su veracidad, quizá no haya sido el más adecuado porque tiene a su disposición todos los medios que ofrece una democracia de calidad, empezando por el Congreso de los Diputados para dar explicaciones y debatir. La carta de Sánchez tiene dos partes bien diferenciadas, en la primera no hace, sino constatar que la derecha y la ultraderecha le han negado la legitimidad desde el primer momento a lo que él ha respondido levantando un muro frente a ellas. Si pretendía que fuera un aldabonazo y que a raíz de las acusaciones a su mujer la vida política entrara en otros derroteros, se dignificara la vida política, que se bajara el diapasón de la crispación, que se produjera una reflexión para acabar con un ambiente irrespirable que convierte a los políticos en el primer problema del país, que abandone toda esperanza.
La reacción del presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo no ha hecho, sino reincidir en la baja consideración que le merece Sánchez al que calificó como populista, bolivariano, irresponsable, portavoz del lobby del lawfare, adolescente y frívolo, presidente fijo discontinuo y liquidador de la Transición, entre otras. Y todo ello lo resume Feijóo en dos características, que es un político sin principios y que ha realizado una maniobra para garantizar su supervivencia. Si el PP se queja del muro para frenar a la derecha y la ultraderecha Feijóo acaba de demostrar que, en efecto, se encuentra a un lado de él, que no tiene ninguna voluntad de demostrar lo contrario y que no va a conceder ningún beneficio de la duda a la mujer de Pedro Sánchez porque se ha olvidado de la presunción de inocencia. Esto tampoco es ninguna novedad cuando los partidos huelen la herida de la corrupción en el adversario. Al otro lado del muro los que animan a Pedro Sánchez a seguir, los que están dispuestos a garantizar que venza en una hipotética moción de confianza, empezando por el cierre de filas de su partido, aunque tendría el efecto de exacerbar las posiciones de la oposición.
En la segunda parte de la carta, Sánchez muestra sus sentimientos personales, lo que tampoco es frecuente, y reflexiona sobre el coste personal del ejercicio del poder. Las críticas se han disparado por el plazo de cinco días que se ha dado para anunciar su futuro, otra decisión incomprensible.