Encapuchados. Cuando alguien cubre su rostro para ir al fútbol, ¿qué esconde? Una identidad, es evidente. «No quiero que se me identifique aquí», dice con su pasamontañas, su careta de neonazi, su ridícula pinta de 'supervillano'. Seres quizás respetables entre semana, violentos líderes de un estúpido rebaño el 'finde'. Por eso se tapan, por vergüenza, por cobardía y porque el anonimato (ver el ejemplo de las redes sociales) les confiere poder e impunidad.
Cómplices. Cuando termina el partido, los jugadores del Atlético miran hacia el fondo donde están esos «cinco o 50 que no deben ensuciar el nombre de toda nuestra afición». Justo hacia ahí. El viejo vicio de decir «son los que más animan» ha legitimado la presencia de ultras que han secuestrado el alma de los clubes. Los jugadores, en lugar de recriminar, aplauden y bailan. De repente, no son víctimas de un sabotaje, sino cómplices del mismo.
Provocadores. Se equivoca Courtois mirando a la grada para festejar el gol, pero lo hace mucho más Simeone señalando a Courtois. El futbolista no debe ser protagonista en la grada, sino en el césped. Podríamos darle la razón al 'Cholo'… de no ser porque él, que ha convertido las rayas de su área técnica en lo más inútil que hay en LaLiga, está todo el partido azuzando a los suyos, buscando un ambiente que roza lo bélico y no lo futbolístico.
Árbitros. A Busquets Ferrer (césped) e Iglesias Villanueva (VAR) les difamaron toda la semana. Era casi una provocación, una vergüenza, que dos tipos que habían cometido errores groseros un día 'equis' pitasen un partido de esta trascendencia. Pero el arbitraje fue ejemplar. Incluso las correcciones del VAR. Nadie se ha desdicho a pesar de una actuación modélica de comienzo a fin. Criticar (al colegiado) es 100 veces más fácil que alabar. Este país...