El pulso dialéctico y político que mantienen el presidente del Gobierno y la presidenta de la Comunidad de Madrid va más allá del choque personal entre dos ciudadanos que no se soportan y ni lo disimulan ni pierden ocasión para manifestarlo. La asimetría en términos de poder no arredrara a la mandataria madrileña a la hora de cargar contra su rival. Ni la exigible templanza que debería adornar al presidente del Gobierno le lleva a moderar sus dicterios contra Ayuso. No teniendo ella causa judicial abierta, en rueda de prensa en Bruselas, Pedro Sánchez la acusó de corrupción atribuyéndola responsabilidad presuntamente delictiva en los negocios de su novio, Alberto González Amador. Por su parte, Díaz Ayuso le atribuyó también la condición de corrupto a Pedro Sánchez por estar -según dijo- en el centro de la trama que supuestamente envuelve a Begoña Gómez, su mujer.
Se han instalado en un escenario de descalificaciones que bordea la injuria. A Sánchez, Díaz Ayuso le saca de quicio y no lo puede disimular. La inquina es recíproca. Va tan lejos que Sánchez, olvidando que Díaz Ayuso gobierna Madrid -porque así lo decidieron los ciudadanos que la eligieron por mayoría absoluta- ha llegado a exigir a Núñez Feijoo que la obligue a dimitir. La réplica de Ayuso ha sido anunciar que no acudirá a La Moncloa para participar en la ronda de conversaciones con los presidentes autonómicos, a la que si acudieron otros dirigentes regionales del Partido Popular. Siendo cierto que dicha ronda no deja de ser una simulación para camuflar el tratamiento fiscal preferente a Cataluña pactado con Esquerra Republicana, no es menos cierto que, por una mera consideración de respeto institucional, se debería respetar la cita sí quien convoca es el presidente del Gobierno. En este asunto se detecta un exceso de visceralidad y se echa de menos un poco de sentido común, pero mucho me temo que la serie continuará.