Nomparedes, en un libro... ejemplar

Silvano Andrés de la Morena
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Miguel Ángel Marcos ofrece en 'Érase una vez... Nomparedes' una serie de capítulos con "cuadros de pintura realista, costumbrista y, a veces, incluso surrealista, a los ojos del siglo XXI, en plena postmodernidad"

Ilustración de Miguel Rodríguez Escalada que aparece en el libro - Foto: Ilustración de Miguel Rodríguez Escalada

Estimado Miguel Ángel Rodríguez Marcos: Te recuerdo de tiempo atrás en alguna consulta médica con mi madre, cuando yo iba a Soria en vacaciones. También, en alguno de los actos de Soria Edita en agosto, allí, en Valonsadero, donde presentábamos libros y gozábamos de la palabra y el saludo de tanta gente. Y te he vuelto a recordar ahora, cuando ha llegado a mis manos tu libro, del que tenía noticia por la prensa de nuestra Soria. Ejemplar, el libro, y ejemplarizante.

Te cuento: de vez en cuando, encargo libros al amigo César Millán. Me los envía por correo. Y no por ahorrarme visitar librerías en la Barcelona en la que moro, que me las conozco todas muy bien, sino porque este amigo trabaja con profesionalidad, los hace llegar con puntualidad y uno coopera a la economía "de proximidad", "de km 0" o casi "0" (pág. 135)… de donde uno se siente pues la calidad del libro es la misma en El Collado que en el Paseo de Gracia. Mi último pedido fue el de dos libros, ambos de cosmología y astrofísica… Y, hete aquí, que cuando abro el paquete me encuentro que no son dos sino tres. Y el tercero, sorpresa total, 'Érase una vez… Nomparedes'. De inmediato, empiezo a (h)ojear sus páginas y me encuentro con una delicia. Delicia en la intención, en el estilo, en el contenido, en la palabra directa y en la información, que trasciende Nomparedes pues puede (y lo es) ser modelo de cualquier pueblo de Soria (o Castilla la Vieja en general), incluido el mío, allí, en el suroeste soriano, Cuevas de Ayllón, del que también escribí una historia publicada hace cuatro años. Miguel Ángel: has acertado. Y has sido valiente, en momentos de mucha impostura ideológica. Sigues el principio de economía lingüística en tiempos adversos. Lo suscribo: "En la narración, he evitado eso que ahora llaman "lenguaje inclusivo", por parecerme farragoso y antiestético…". Ese enunciado no suele ser de los teóricos de la comunicación, que definen el máximo significado con el mínimo número de elementos léxicos sino de políticas que buscan el voto sin preocuparse por el estilo, la semántica o la verdad. El resto de tu párrafo es aún más directo, audaz y sincero. Que el lector lo busque en la página 10, ahí, en tu Introducción directa y clarividente.

Luego viene todo el desarrollo de tu cuadro polifacético (unos lo percibirán en blanco y negro, por aquellos tiempos, y otros en policromado) de lo que fue, con treinta capítulos ilustradores y directos, desde el herrero, el pregonero, el afilador, los pobres, la iglesia, el juez de paz, la historia del Eustaquio, la de la Genara, la llegada de la electrificación a otros varios… para finalizar en el Contrapunto, que abres con un refrán popular descriptivo y atrevido, para posarte en la realidad y no en la hipérbole de la veneración del pasado: "Pueblos pequeños, infiernos grandes". Que sea el lector quien saque su corolario. De lo que fue un pasado que tuvo sus puntos negros, blancos y policromados. Lo haces con valentía sin concesiones al aplauso fácil. Eso es escribir. Tal es la vida humana, personal o colectiva, como es un pueblo,  llámese Nomparedes, Tañine u Olmillos. Ni magnifiquemos el pasado ni abominemos del presente.  He ahí, lector de EL DÍA DE SORIA, todo un conjunto de capítulos en los que el autor traza cuadros de pintura realista, costumbrista y, a veces, incluso surrealista, a los ojos del siglo XXI, en plena postmodernidad. Lo hace Rodríguez Marcos con su estilo personal, sabiendo de qué habla, con contenidos realistas, con palabra directa y con propósitos informativos, donde, naturalmente, se ve a menudo, el cariño por lo que pinta y la perspectiva desde la que observa. Acecha y examina desde sus orígenes y escribe desde su formación, científica y humana, del presente porque persigue dejar constancia de un pasado difícil, como testigo que fue, y humano, como consciente y sabio que es, para entender mejor el presente y cooperar a que este sea menos vacío del vacío que encoge las tierras de Soria.

Yo había pedido dos libros a César Millán y recibí tres. Uno se titula "¿Qué se come al Universo? Y otras preguntas sobre el Cosmos", del físico y cosmólogo Paul Davis. El otro, 'Física existencial. Una guía científica para las preguntas importantes de la vida', de la física teórica cuántica Sabine Hossenfelder. Y me encuentro, además, con Nomparedes. ¿Qué se ha comido a todos los Nomparedes de Soría y qué ansia existencial tienen nuestros abandonados pueblos? De la grandeza de la ciencia a la inmensidad existencial y vital de un pasado que fue en nuestros pueblos. Nomparedes, como modelo. Sin idolatría y con el afecto racional necesario.

Nuestros pueblos. Allí donde nacimos y empezamos el camino vital. No fueron el cielo pero tampoco el infierno ni el purgatorio. Ni mucho menos, el limbo. Fueron una realidad históricosocial que los tiempos conformaron con los ingredientes que había. Sin más. En las mismas condiciones, ¿lo haríamos todos nosotros hoy mejor que entonces? Rodríguez Marcos traza un relato objetivo. Suficiente para conocer una realidad que, con objetivos distintos y formas más plurales, ha de seguir. Que no decaiga ningún adobe de todos los Nomparedes de Soria y que se sepa infundir una nueva vitalidad a los postmodernos habitantes de este planeta algo agobiado. 'Érase una vez…', en edición Millán Las Heras.