La razón es inútil, la verdad, desperdicio. Ese es el tiempo político que nos ha tocado vivir. La primera reacción es apagarlo todo y apagarse uno. Luego se piensa un poco más y la decisión es aguantar, resistir y combatir. Aunque la esperanza sea poca, aunque la inundación sea tan masiva y total que deja muy poco margen para respirar.
Pero es la única opción que, aunque penosa y cansada, se puede tomar. El deber es rebelarse y ser tenaz. Y seguir proclamando lo obvio y denunciando la patraña que nos convierten en dogma y en mandato que debemos cumplir.
Empezaré por donde se inició.
Quien comenzó a desenterrar y desparramar el odio político fue Podemos. Había que dinamitar el gran pacto de fraternidad y libertad de la ciudadanía española para superar un pasado terrible y sangriento. Había que destruir los cimientos esenciales de convivencia y unidad, la Constitución. Algunos lo denunciamos, pero otros, Zapatero, se sumaron a él, como ventana de supervivencia electoral. Ahora, a Sánchez lo han convertido en el instrumento máximo de su política. Iglesias sobra ya porque es ahora el PSOE quien ha hecho suyo su cuerpo doctrinal.
Hoy estamos volviendo a toda velocidad a un siglo atrás. No es para nada ni apenas tiene que ver aquello con la España de hoy. No hay en ello razón, ni necesidad, ni parecido. Pero da igual. El atronar continuo de la mentira, el martilleo de las consignas, la extirpación de la verdad convierten la mentira en la realidad virtual. Vivimos inmersos en ella y por ella nos llevan del ramal.
Y si te atreves a rechistar, los que han aventado el odio y lo practican como primera pauta de conducta serán quienes te acusen, te juzguen y te condenen, sin derecho a defensa alguna, de tal delito a ti. O callas o serás aplastado y arrojado a las tinieblas exteriores y excluido de derecho humano, pues ya no eres de la "buena" humanidad. Se te puede, por tanto, exterminar.
Es por ello por lo que ni nos podemos rendir ni nos podemos callar.