«Hace unos años se veía como algo totalmente estático, que no tenía vida, y en parte era culpa de los científicos, que no sabíamos transmitir que el suelo es algo vivo y, como algo vivo, se puede hasta morir». Estas palabras son del investigador del CEBAS-CSIC Carlos García Izquierdo y plasman una realidad que, afortunadamente, está cambiando en los últimos tiempos. El suelo ya no se ve como un simple soporte para los cultivos, sino como un factor más que puede y debe influir en los rendimientos agrarios y en la conservación del medio ambiente.
La importancia de la reserva de biodiversidad presente en los suelos agrícolas o el cultivo con cubiertas vegetales para maximizar la disponibilidad de agua y los nutrientes son algunos de los ejes que se presentan como el futuro de la sostenibilidad del sector agroalimentario. «El suelo ha sido el hermano pobre de los recursos naturales», ha lamentado García Izquierdo, ya que, según él, se conocen de forma generalizada los criterios de calidad del agua y el aire pero no tanto sobre el suelo, aunque «ahora la cosa está cambiando», un cambio que ha considerado necesario porque «entre un 25% y un 50% de la biodiversidad está en el suelo».
Cada vez se presta más atención a la presencia de microorganismos y materia orgánica en el suelo. El consenso científico dice que el porcentaje de materia orgánica en los terrenos agrícolas debería estar entre un 4% y un 5%. Pero la agricultura intensiva practicada en las últimas décadas, plagada de abonos químicos, ha dejado ese porcentaje en menos de la mitad.
Pero, ¿qué beneficios aporta la materia orgánica? Cuando el suelo tiene la cantidad suficiente, se favorece una buena porosidad, mejorando así la aireación y la penetración del agua; además, aumenta la capacidad de retención de esta última, algo extremadamente importante en contextos de sequía como el que hemos vivido en las últimas dos campañas. También disminuye el riesgo de erosión y es una fuente de elementos nutritivos, que son aprovechables por las plantas después de que la materia orgánica haya sido descompuesta por los microorganismos presentes en el suelo.
Para aumentar la materia orgánica del suelo se pueden hacer enmiendas con materiales como compost, mantillo o estiércol. Pero también existe la opción de las cubiertas vegetales. Esta práctica, sobre todo cuando se trabaja con leguminosas como la alfalfa, aumenta el nivel de materia orgánica y de nitrógeno, pero ofrece también otros beneficios como evitar la erosión o aumentar la capacidad del suelo para retener agua.
Pedro Antonio Gomariz es responsable nacional de cítricos de COAG y explica que la teoría es muy sencilla, pero que la práctica se complica. «No es lo mismo una cubierta vegetal en Murcia que en Cantabria. Si deja de ser espontánea porque hay que regarla, ya no compensa». Lo que sí está claro es que no hay que dejar estas cubiertas desatendidas, por mucho que no formen parte de la producción. «Hay que gestionarlas», dice Gomariz. «Igual que no se puede usar glifosato sin control y quemar todo, tampoco se pueden abandonar. No todos los años llueve lo mismo y las plantas no se comportan igual, por lo que hay que realizar ciertas labores».
Renowagro.
El pasado fin de semana se celebró en Valencia el II Encuentro Internacional Renowagro sobre la gestión sostenible de los suelos. Entre los muchos asuntos que se trataron hubo una mesa redonda titulada 'La incidencia de las cubiertas vegetales en la salud y calidad del suelo'. En ella, el profesor del departamento de Ingeniería Rural Universidad de Córdoba Emilio González Sánchez defendió que las cubiertas vegetales han venido para quedarse por varias razones. En primer lugar por su importancia en la PAC; de hecho, las cubiertas vegetales constituyen uno de los tres eco-regímenes a los que pueden acogerse los cultivos leñosos. También por la importancia que tienen en la protección de la biodiversidad, puesto que favorecen la presencia de polinizadores y otros insectos, claves para la presencia de aves y pequeños mamíferos. Por último, González Sánchez aludió también a la reducción de la huella de carbono, ya que estas cubiertas secuestran CO2 al realizar la fotosíntesis e incorporan una parte al suelo.
En el mismo encuentro, el doctor del departamento de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente de la Universidad de Messina (Italia) Aurelio Scavo expuso su investigación sobre el impacto de las cubiertas vegetales de trébol subterráneo y ha asegurado que las cosechas bajo cubiertas de este trébol son capaces de estimular la fijación del nitrógeno en el suelo, lo que aumenta su calidad.
Abundando sobre los beneficios de las cubiertas vegetales intervino también el director del Instituto del Olivar de Túnez e investigador de la Institución de Investigación en Agricultura y Educación Superior, Kamel Gargouri. «Parecía una locura cultivar bajo cubierta cuando empezamos pero vimos que perdíamos el 80% de la materia orgánica del suelo en 60 años con el cultivo tradicional», ha manifestado Gargouri, que ha apuntado que el cultivo bajo cubierta vegetal demostró que esta forma de agricultura permitía al suelo retener mayor cantidad de agua en todas sus capas que podía ser aprovechada por el cultivo.
Otro de los aspectos relacionados con el suelo que puede ayudar a mejorar el futuro de la agricultura es el uso de bioestimulantes. No se trata de fertilizantes como tales, sino de sustancias y microorganismos que consiguen que los nutrientes presentes en el suelo se conviertan en moléculas que las plantas pueden aprovechar más fácilmente, favoreciendo su crecimiento, floración o fructificación. Según explica Pedro Gomariz, de COAG, suelen ser mezclas de materia orgánica, azúcares y microorganismos vivos como hongos o bacterias.
«Los bioestimulantes nos proporcionan nutrientes que aumentan la biodisponibilidad del terreno», afirmó en Renowagro el investigador de la Facultad de Ciencias Agrarias, Alimentarias y Ambientales de la Universidad Católica del Sacro Cuore (Italia) Luigi Lucini, que comentó que, en el departamento en estudian los bioestimulantes a través del uso de 'big data'.
Secuestro de carbono. La captura de carbono por parte de los suelos es un asunto complicado con muchas facetas. En primer lugar, se trata de una práctica beneficiosa, tanto para el medio ambiente como para los propios agricultores, porque la planta capta carbono del aire que acaba enriqueciendo la tierra a través de los restos vegetales de los cultivos o de los exudados radiculares. La Comisión Europea reconoce que la posibilidad de capturar CO2 de la atmósfera hace que el sector agrario sea clave para alcanzar una economía climáticamente neutra. Pero admite que, si se quiere animar a los sectores agrícola y forestal a participar en la acción por el clima y contribuir al Pacto Verde Europeo, debe haber incentivos directos para quienes apliquen prácticas respetuosas con el clima. A pesar de ello, hoy por hoy no existe ninguna herramienta política específicamente destinada a incentivar de modo significativo a los gestores de tierras para que protejan los sumideros de carbono y aumenten su número.
Por otra parte, según explica Gomariz, está la cuestión de los créditos de carbono. Este concepto viene a ser una suerte de mercado en el que quienes absorben carbono de la atmósfera (en este caso los agricultores a través de sus cultivos) venden sus derechos a otras empresas que necesitan emitir ese carbono para poder funcionar (industria, transporte...). Gomariz cuenta que en otros países, como Estado Unidos, los agricultores ya pueden vender esos créditos siempre que prueben que sus cultivos, efectivamente, han absorbido ese carbono. De hecho, se llega al extremo de que algunas explotaciones agrarias estadounidenses generan más ingresos por esos créditos de carbono que por las cosechas.
Actualmente, la Comisión Europea está regulando esta realidad para la agricultura comunitaria, de manera que los labradores europeos tengan la oportunidad de obtener un beneficio extra si sus suelos capturan el CO2 que emiten fábricas o aviones, contribuyendo así a la lucha contra el cambio climático. El problema es que este proyecto se está mezclando con fondos de la PAC y con ciertos compromisos medioambientales, algo que puede estropear la iniciativa, lamenta Gomariz.
En cualquier caso, más allá de otros factores como la mejora vegetal o la gestión del agua, en el suelo está buena parte de la esperanza de que la agricultura pueda seguir alimentando a la población mundial en los próximos años. El cuidado del terreno en el que se va a cultivar es clave para obtener rendimientos adecuados y, además, para tratar de hacer frente a los efectos del cambio climático que ya estamos sufriendo.