Alberto Palacios Lázaro

Alberto Palacios Lázaro


El sol del futuro

16/12/2023

A la hora de comer, el sol se refleja de lleno en el edificio de enfrente. El brillo hace que todo mi salón se inunde de una luz anaranjada que a uno le dice que es capaz de todo. Tras comer, de manera tan puntual como casi religiosa, aparto las cortinas. Corrido el telón, contemplo la vida, que no es poco. Así, junto a una planta que, contra todo pronóstico, sigue viva, aporreo el teclado, con mayor o menor acierto, pero siempre acompañado por esa cálida estampa que contrasta con el cielo 'azul frío'. Un azul que los sorianos tenemos grabado en la memoria, pues es el mismo que nos vigilaba, desde arriba, en los recreos más destemplados del año. Eso sí que imponía, y no el profe al que le tocaba patio. Comparadas con esa inmensidad, las regañinas sonaban demasiado banales. Cuando busco cómo seguir el texto que estoy escribiendo, como ahora, -hará unas horas cuando lo lean- levanto la vista y observo la colmena de ventanas que componen mi paisaje vecinal. Ya he asumido que en Madrid es imposible ver el horizonte. Dicen los de fuera que es chulería, pero la ciudad te obliga a ir con la cabeza alta, nada más. Escrudiñando el generoso edificio que me ilumina y me descuenta calefacción, fantaseo con las historias que aguarda cada uno de esos balcones. De quiénes serán, qué rutinas tendrán, qué aficiones... Porque miedos, me temo, los mismos que todos. Durante este ejercicio, un día descubrí a una vecina bailando en el balcón. Pero no de alegría, o para que llueva, sino de una forma llamativamente profesional. Cuando no le salía, frenaba en seco y se volvía hacia su portátil. Como un árbitro con la sospecha de penalti, miraba la pantalla sin compasión. Asentía y volvía a bailar. No sé cuánto lleva ensayando, pero, desde que la descubrí, ella tampoco ha faltado ni un día a la cita. No entendí que ese estrecho balcón fuera mejor opción que el salón para repasar la coreografía. Un día, interrumpió el ensayo, salió con una bayeta y refrotó el cristal de la puerta corredera. Bingo. A falta de espejo, la usaba como tal durante ese ratito de tarde presidido por el sol. A diario, después de ocho horas de trabajo, comienza en este balcón el innegociable repaso, hasta que se vaya la luz, de esa audición que algún día llegará. El piso, de alquiler, no deja espacio ni para un espejo apropiado. Pero, mientras muere otro día, nace la esperanza. Empieza a sonar la música, que lo es todo, y ya nada importa. La puerta corredera del balcón se convierte en el gran espejo del ballet Bolshói. Compartí el vídeo en redes. Recibí, como respuesta, un aluvión de testimonios similares. Jóvenes con trabajo que sólo pueden permitirse alquilar la supervivencia. Una soga en forma de Ley de Vivienda, aprobada con los votos de PSOE, Bildu y ERC, aprieta el joven cuello del futuro de España. Suerte, vecina, con lo que sea eso que preparas.