Echar la vista a mayo de 2023 es encontrarse con un par de enormes sonrisas en Barcelona y en Nápoles, dos ciudades separadas por 380 millas de agua y unidas por el '10' de Maradona. De la Liga de la 'xavineta' tenemos más información y recuerdos, aunque es imposible olvidar aquellas celebraciones 'a su manera' del tercer título de la historia del club. Los napolitanos son extremos para todo: en la lágrima y en la euforia, son los que llevan todo al extremo en un país, Italia, bastante extremo de por sí en la expresión de las emociones.
Tal vez por eso, puestos a festejar fueron los mejores… y puestos a autodestruirse, lo están siendo. El Nápoles ha pasado, en apenas ocho meses, de ser un referente futbolístico a ser una 'jaula de grillos'. El retrovisor nos muestra un conjunto majestuoso, con un juego defensivo y ofensivo de muchos quilates, comandado por un estratega valiente como Luciano Spalletti.
Construyó un equipo con apuestas alocadas, restos de serie, desconocidos, canteranos, peloteros que iban para figuras, pero se estrellaron y buscaban una segunda oportunidad… Brillaron Osimhen, Kvaratskhelia, Di Lorenzo, Kim Min-jae, Lobotka, Anguissa, Rrahmani y secundarios de lujo como Elmas, Politano, Simeone, Olivera o Raspadori. Y llegó a 90 minutos, siendo el máximo realizador y el menos goleado. Y se quedó a un solo tanto de las semifinales de la Champions. Y su juego alegre y frenético desafió el 'statu quo' del 'calcio', habitualmente defensivo y 'reservón'.
el cambio. Pero todo se rompió por el lado más insospechado: el 29 de mayo, Aurelio de Laurentiis, presidente del club, comparecía para decir que Spalletti abandonaba el Nápoles. «Me dijo que había terminado un ciclo y me pidió un año sabático. Respetaré su decisión», decía. El constructor de la máquina abandonaba el proyecto y la plantilla, sin un estratega, quedó aparentemente perdida. La apuesta de De Laurentiis era Luis Enrique, pero la firma, finalmente, fue la de Rudi García.
Con el francés, vestuario y planta noble se convirtieron en un caos indescifrable. En apenas 12 jornadas (selladas con un 0-1 ante el Empoli que provocó su destitución) ya estaba a 10 puntos de la cabeza… pero al menos conservaba su plaza europea: 13 partidos después de aquello, y con Walter Mazzarri ahondando en la decadencia (por ejemplo, cayó eliminado en la Coppa con un 0-4 ante el Frosinone), el Nápoles se colocó noveno a 27 puntos de Inter y a nueve de la Champions, que marca el Atalanta con 45. Francesco Calzona es ya el tercer técnico del curso, el que intentará calmar las aguas y elevar a un equipo deprimido que cabalga de polémica en polémica, como la que dejó a su capitán, el polaco Zielinski, fuera de la lista de la Liga de Campeones por negarse a renovar su contrato.
Porque ese bajón es casi inexplicable analizando la plantilla: es prácticamente la misma del pasado curso, y la única baja que afecta al once inicial es la del coreano Kim Min-jae, central por el que el Bayern de Múnich pagó 50 millones el pasado verano. Los engranajes defensivos del campeón italiano, como le sucede al Barça, tampoco funcionan esta temporada.
El rendimiento de Victor Osimhen, 'capocannonieri' de la Serie A el pasado curso, es una de las claves del bajón deportivo. El nigeriano, adulado con cantos de sirena de todos los grandes de Europa y tasado en 110 millones de euros según Transfermarkt, no le ha cogido el pulso a la competición: una lesión muscular en otoño le mantuvo más de mes y medio de baja, y apenas suma ocho goles en los 18 duelos que ha disputado esta campaña. Tampoco es el año de Kvaratskhelia, el georgiano 'mágico' que elevó su cotización hasta los 100 millones y se situó en la misma agenda de su compañero con solo un curso en el gran escaparate (el Nápoles pagó 13,30 millones al Dinamo Batumi de Georgia). Seis goles y cinco asistencias en 31 encuentros.
El ambiente del viejo San Paolo, hoy Diego Armando Maradona, es el clavo ardiendo del club para superar al Barcelona en este particular choque de campeones en crisis de identidad: si pensábamos que el Barça había hecho todo lo posible para caer rotundamente, es porque no habíamos mirado hacia Nápoles.