Luis del Val

LA COLUMNA

Luis del Val

Periodista y escritor


Quitarse el preservativo

23/01/2024

Del "póntelo, pónselo" podemos pasar a multa y cárcel. La pelota de la sentencia está en el tejado del Supremo, a no ser que venga el Constitucional -que cree que el Tribunal Supremo está compuesto de becarios sin experiencia- y les enmiende la plana.
La cuestión que se dirime es si quitarse el preservativo, sin avisar y sin consentimiento, en una relación sexual, es un delito. A mí me parece una canallada, independientemente de lo que dictamine el Supremo. Tuve la mala suerte de conocer a un tipo, muy putero, que contrajo una enfermedad venérea, y le oí jactarse de que seguía manteniendo relaciones con las "samaritanas del amor" que contrataba, sin decirles nada, y contagiándolas a sabiendas, porque para él primero era su placer que la salud del resto de la Humanidad, y nunca se colocaba el impermeable protector.
Años más tarde me acordé de este sinvergüenza, porque viví de cerca el drama de una pareja en la que el marido, pasado de copas y alegría, en un congreso, fue infectado de chancros venéreos. No lo sabía, pero lo supo de la manera más terrible: su mujer le informó que el médico le había diagnosticado que estaba contagiada ella, y que ella solo había mantenido relaciones sexuales con su marido. Tenían dos hijos menores, maravillosos, y estuvieron a punto de divorciarse.
Siempre he mantenido -y lo mantengo- que los jueces no deben intervenir en la vida privada, pero en estos casos no se trata solo de la vida privada, sino de la salud de la sociedad, y los jueces están para preservar a la sociedad de los abusos de los violentos, los delincuentes y los irresponsables (excepto sin son secesionistas catalanes, claro, que están exentos por siete votos contra el sentido común).
Aquí no se trata de preservar la intimidad, la lujuria, la privacidad, ni cuestiones de moralidad de las damas de castidad del barrio, sino de un delito contra la salud, un perverso delito, en la que no caben excusas, ni arrepentimientos. Allá cada cual con sus infidelidades, adulterios y su lujuria. Pero una mujer envenenada -sí, envenenada, con alevosa ignorancia- puede quedarse embarazada y tener un hijo muerto o con taras físicas y mentales. Y eso es una canallada y, también, un delito.