Siempre he pensado que el ombliguismo con el que los españoles miramos a los acontecimientos más cercanos constituye una de las razones para que se nos considere uno de los países más peculiares de Europa, una nación alegre y despreocupada siempre más atenta a los detalles folclóricos que a realidades más trascendentes.
Hace unas horas, hablando con un ilustre colega sobre todas las cosas que están pasando por el mundo, desde la crítica situación del Gobierno estadounidense hasta la elección de un muy polémico individuo pro-Putin en Eslovaquia, y que son cuestiones que obviamente aquí, en la piel de toro, nos resbalan, el colega me soltó algo que me ha hecho meditar.
"¿Tú crees", me dijo, "que hay más de un uno por ciento de españoles que sepan localizar en un mapa mudo a los países candidatos a la ampliación de la UE, que va a ser el gran tema de la 'cumbre' europea de Granada de este viernes, una 'cumbre' a la que van a asistir nada menos que cuarenta y cuatro mandatarios y que es lo más importante que un Gobierno español va a organizar en años, esté o no en funciones?".
Tuve que confesarle que yo mismo no formaba, ay, parte de ese optimista uno por ciento (pues claro que no llegan a ese porcentaje) de compatriotas capaces de situar correctamente, en un mapa sin leyendas, a Macedonia del Norte, Montenegro, Serbia o Albania que, junto con Turquía, son los candidatos más inmediatos a la ampliación de la UE. De hecho, dudo mucho de que la generalidad de los ciudadanos sepa siquiera que esas son las naciones aspirantes a ingresar en el quizá ya no tan exclusivo 'club' de la UE, que, con todos sus defectos y carencias, sigue siendo el mejor sitio donde estar en el planeta Tierra.
Así que, haciendo un repaso de las crónicas y columnas enviadas por mí casi cada día a distintos medios en el último año, descubro que solamente tres escapaban a la asfixiante actualidad política nacional, y dos de estas tres versaban sobre Ucrania, pero enfocadas a la actitud de España con respecto a la nación mártir. Que, por cierto también es candidata a entrar, algún día -- en los clubes selectos, los procesos de admisión son siempre fastidiosos y algo arbitrarios: te piden muchos requisitos--, en la UE.
Tengo que sacar la conclusión, bastante autocrítica, de que la insoportable levedad de nuestra política doméstica hace que nuestros representantes, y por tanto, por reflejo, los medios, nos ocupemos muy poco de cuestiones como la marcha de lo que Felipe González llamaba 'el mundo mundial', o sobre la ondulante economía internacional o sobre esa revolución tecnológica que está cambiando nuestras vidas sin que nuestros representantes, en sus mítines, debates y discursos, se ocupen jamás de nada de todo ello. ¿Ha oído usted, por ejemplo, hablar a alguno de esos representantes, en sus mítines de campaña o en sus rifirrafes parlamentarios, de cómo nos va a afectar, nos está afectando, la irrupción de la Inteligencia Artificial? Pues eso.
"No tenemos derecho a olvidarnos de Ucrania, ni de Mali, ni de Somalia, ni de la frontera venezolana por la que tantos tratan de escapar", me dice, con razón, mi colega Ángel Expósito, con quien ocasionalmente comparto alguna tertulia. Ni creo que tampoco tengamos derecho, porque nos obnubilan los vericuetos domésticos de la investidura y otros surrealismos políticos, a relegar en la parte de atrás de nuestros cerebros el resto del discurrir del planeta, lleno de problemas y de ansiedades que habrían de reclamar nuestra máxima atención. Solidaria, por un lado, y egoísta, por otro. Porque todo lo que estemos ignorando voluntariamente en estos tiempos trepidantes acabará golpeando a nuestra ignorancia en un plano más bien corto que largo.
Así que comencemos por pedir a alguno de esos útiles instrumentos de Inteligencia Artificial que nos ilustre un mínimo -tampoco se les puede pedir demasiado-- acerca de por dónde andan situadas Macedonia, Montenegro, etc, y de cuáles son sus problemas económicos o sociales. Porque de lo otro, de lo inmediato, de, por ejemplo, esas negociaciones para una investidura, de lo que hace o no el prófugo de Waterloo, etc, ya estamos obligados a ocuparnos bastante. Quizá demasiado, dada la poca información que nos dan y lo aburridos que resultan con su metalenguaje altisonante, tan vacuo. Y al resto del planeta, ese del que tano dependemos y dependeremos, que le den.