Fin de semana de puente y polémica. Como no puede ser de otra manera, un año más, surge el cuestionamiento sobre si celebrar Halloween, una tradición inglesa -de origen, aunque la realidad es que es EEUU el que se ha apropiado del festejo- es lícito o no en un país que ya tiene sus propias tradiciones. Más aún, en una ciudad como la nuestra, en la que en estas fechas regresa a nuestros oídos Bécquer y su Monte de las Ánimas; o la fiesta celta de Samain, con sus numerosas actividades y eventos en la noche del 31 de octubre.
Y es que hay quien lo tacha de asimilacionismo cultural, lo que supone un cierto grado de rechazo de la identidad propia, que es quizás lo que más críticas recibe. También hay quejas -no sin fundamentar, todo hay que decirlo- por ser una costumbre que aboga por el consumismo desmedido. En mi humilde opinión, no es más que una fiesta centrada en disfrazarse y comer dulces, que, precisamente por ello, hace las delicias de las y los más pequeños. No obstante, cada vez observo más red flags ante éste y otros eventos culturales. Líneas rojas que, lejos de prohibir, nos invitan a reflexionar y revisar nuestra manera de celebrar, tratando de hacerlo lo mejor posible, sin caer en comportamientos reprobables simplemente por la fuerza de la costumbre. Por ejemplo, el colectivo Teachers for future propone desde sus redes sociales una versión más sostenible de la celebración: con disfraces reutilizados y sin bolsas de plástico; con maquillaje cuya composición sea lo más respetable para el planeta; evitando los envases de un solo uso para el 'truco o trato', y golosinas saludables -como frutos secos, o galletas y dulces caseros, que sustituyan los ultraprocesados-; con decoraciones realizadas a partir de elementos naturales, sin abusar de materiales fungibles; y, fundamentalmente, evitando realizar compras impulsivas propias de la celebración.
Por otro lado, es importante entender el calibre de Halloween, y que no tiene por qué ser del agrado de todo el mundo. Me explico: un día en el que lo terrorífico, los sustos y los personajes de miedo copan todo el protagonismo puede ser no apto, especialmente en edades más tempranas. Me parece fundamental respetar las sensibilidades individuales, y entender que lo que no es más que una broma para unas personas, puede suponer un trauma para otras. Otro asunto a considerar, por suerte cada vez más extendiddo, es la hipersexualización de los disfraces dirigidos a niñas y mujeres, frente a los que están pensados para los varones. Y es que sólo hace falta echar un vistazo rápido a las diversas versiones dirigidas a ellas y a ellos para caer en la cuenta que los femeninos suelen emplear menos tela. Algo, a priori, tan inofensivo como un disfraz es el mecanismo perfecto para seguir perpetuando estereotipos.
En cualquier caso, a mi me gusta responder a los que acusan de que los que celebramos esta efeméride nos estamos yankinizando, que no hay nada más español que la fiesta, así que quizás es buena idea relajarse y disfrutar. Siempre con sentido común, y con el respeto y la conciencia como estandartes, pero permitiendo que la diversión sea la que cope el protagonismo de una noche que no tiene porqué significar más que disfrute y entretenimiento, especialmente para las y los más pequeños.