Leí un día a un escritor famoso que la talla moral de un país se muestra en sus propósitos para el nuevo año. Y yo diría que también se evidencia en el tono que los medios públicos y privados dan a la celebración de la despedida del año viejo y a la bienvenida del que llega. Siempre he dicho, y algunos me acusarán de cascarrabias, quizá con razón, que la excesiva frivolidad televisada de las campanadas a medianoche, mientras nos atragantamos con las uvas, ofrecía la tónica de un país feliz, descomprometido consigo mismo. Este 2024 ha sido tan desastroso moralmente, hablo de política, que sin duda hubiese merecido críticas más severas, por parte de la opinión pública y de la publicada, de las que ha recibido. Y a 2025 debemos seguramente acogerlo con más cautelas que falsas euforias o con remembranzas del fin de un franquismo cuando ya ni siquiera se recuerda la efigie del dictador, afortunadamente olvidado y solo allá en Mingorrubio: su final no fue el comienzo de la democracia, diga lo que diga el Gobierno, que no estaba allí, y yo sí.
Claro que no ataco ni a Broncano, ni a la peculiar Lalachús, ni a Cristina Pedroche, ni a los demás comentaristas de las campanadas y las uvas en el inmenso 'cotillón 2024'. Nunca me interesaron estas figuras, pero comprendo que puedan, incluyendo algún/alguna 'influencer' con más imaginación que buenos propósitos, resultar adecuados acompañantes de la alienación en la que está, pienso, sumergido el país. Odiaría parecer tópico, pero hablo de un país en el que la muerte de más de diez mil -10.457 listados exactamente, que se sepa-- migrantes en los cayucos que trataban de llegar al estado de bienestar no ha servido para alterar ni una sola conciencia, ni siquiera para hacer un inmenso titular que actuase como una esquela. Solo para alfombrar el fondo de nuestros mares.
Así que para qué hablar de cosas más etéreas, como la escasa moralidad pública con la que se nos gobierna o de esa pelea absurda entre las fuerzas políticas que, cuatro días después de haber aplaudido el mensaje del jefe del Estado pidiendo concordia y el fin del estrépito, regresaba con fuerza inusitada al ataque en los balances del fin de un año que, ya digo, ha sido para olvidar. Y perdón porque, por razones de espacio, no detallo episodios increíbles de lo ocurrido, fugas esperpénticas, alianzas contra natura que solo buscan el poder y no el bienestar ciudadano, olvidos conscientes de la legalidad...
Vivimos sometidos a un palabrerío atronador -ya lo dijo el monarca-, a continuas operaciones de mera imagen y a la sensación de que poco importamos: se nos miente sabiendo que sabemos que ellos saben que sabemos que nos mienten. Pero ah, el atuendo de la señora Pedroche o los comentarios algo zafios -dicho sea con perdón-de la recién llegada Lalachús animarán el jolgorio. ¿Aguafiestas yo? De eso nada: que siga la juerga. Pero permítaseme al menos decir que yo, para 2025, deseo algo más que la pugna televisiva entre el señor del bombo y el de las hormigas, qué quiere que le diga.