La España de los años 60 fue testigo de uno de los hitos más importantes en la conquista del espacio: el convenio suscrito entre los Gobiernos de Madrid y Washington y la NASA para proyectar en el centro del país uno de las tres instalaciones mundiales que integran la Red de control del Espacio Profundo, junto al de Camberra, en Australia, y Goldstone, en California.
El acuerdo con la agencia estadounidense se materializó en 1964 con la construcción del Complejo de Comunicaciones en Robledo de Chavela, del que se cumplen ahora seis décadas, a escasos 70 kilómetros de la capital. Un centro que permitió dar la señal de la llegada del hombre a la Luna en 1969 o las primeras imágenes del planeta Marte, en 1976, pero que también ha permitido ofrecer comunicación vital para recibir las señales de todas las naves que hacen ciencia en el espacio.
Y eso no es lo único de cara al futuro. La infraestructura madrileña es esencial para que la NASA tenga una presencia sostenida en el satélite y después en el planeta rojo. «El complejo de comunicaciones de Robledo está comprometido en la aventura de llegar más lejos, más rápido y más capaz en ayuda de las misiones en el espacio profundo», asegura el director del centro, el ingeniero Moisés Fernández.
Precisamente, la labor de España en la carrera espacial del siglo XXI es la de recepcionar los millones de datos que se almacenan en los satélites y telescopios que la agencia posee en el universo. «Tenemos aparatos que son capaces de recoger las informaciones más increíbles, pero si no traemos esos datos de vuelta a la Tierra no servirá de nada, y eso es posible gracias a Robledo de Chavela y a la extraordinaria colaboración de España con la NASA», asegura la administradora adjunta de la Dirección de Misiones Científicas, Nicola Fox.
La Red de control del Espacio Profundo de Madrid, en donde trabajan 82 profesionales, recibe cada día a través de sus antenas un millón de megabytes, unidades que son analizadas e interpretadas para avanzar en el conocimiento de nuestro entorno más próximo.
Pero lo más novedoso es que Madrid, y España, lideran la ciencia del futuro con el seguimiento y control de misiones como la Cassini-Huygens, para el estudio de Júpiter y Saturno; la Rosetta, diseñada para orbitar y aterrizar sobre un cometa; la New Horizons, destinada a explorar Plutón, sus satélites y asteroides del cinturón de Kuiper; y el telescopio James Webb, que ofrece información sobre la historia del universo «de maneras que nunca habíamos entendido antes», destaca la administradora asociada de Ciencia de la NASA, Sandra Connelly.
La instalación, que hoy es esencial también para la Agencia Espacial Europea (ESA), desempeñará un papel fundamental para misiones como Artemis, que permitirá volver a pisar la Luna; Dragonfly, que explorará Titan, la luna de Saturno; o Europa Clipper, que estudiará en detalle la luna de Júpiter, llamada Europa.
Una sólida alianza
Este bagaje de España en el espacio ha servido para que el pasado junio, nuevamente, los Gobiernos de ambos países y la NASA firmaran la renovación del acuerdo de cooperación científica para los próximos 15 años, que permitirá a la agencia estadounidense seguir sirviéndose de Robledo de Chavela.
«El mundo ha cambiado mucho estos 60 años pero nuestra colaboración se ha mantenido intacta para seguir abriendo el espacio a más gente, a más ciencia y a más oportunidades», subraya la encargada de negocio de la Embajada de EEUU, Rian Harris.