Habrá bastado con asomarse a la ventana uno de estos días pasados para comprobar la omnipresencia de los símbolos de esta celebración que ha adquirido ya el carácter de costumbre anual cuando llega la fecha correspondiente. Y es la víspera de Todos los Santos y del Día de Difuntos, que en nuestra cultura tradicional forman una especie de unidad inseparable, el día elegido. Hasta donde yo recuerdo, ese día de víspera no tenía otra significación. Se iba ya a los cementerios a adecentar las tumbas de los difuntos de las respectivas familias, con el fin de que al día siguiente, cuando se llevaban flores y luminarias en su recuerdo, estuvieran limpias. Eso era todo, un día de preparativos.
Pero hoy Halloween lo ha inundado todo, y da la impresión de que más en la estética que en el significado, porque lo asociamos a nuestras tradiciones de santos y difuntos sin saber bien cual pudo ser el origen. Parece ser que procede de alguna celebración celta, relacionada con el comienzo del invierno, exportada a Norteamérica en las sucesivas oleadas de emigración irlandesa. Anunciaba un tiempo oscuro, que habría que afrontar con faroles, muy apropiado para las visitas de fantasmas venidos del más allá; y ese ambiente tenebroso era también propicio para que los emigrantes necesitados ofrecieran el favor espiritual a cambio de panes y dulces. Así que ahí está todo lo que la influencia americana ha expandido por el mundo: los disfraces, las calabazas iluminadas, los adornos tétricos, y hasta "el truco o trato" con que se obtienen las dádivas. De manera que nuestro culto a santos y difuntos, nuestras celebraciones religiosas, las misas de réquiem, los oficios de tinieblas, los buñuelos y los huesos de santo, se han ido amoldando a la novedad importada, lo mismo que pasará dentro de un mes, cuando los símbolos navideños venidos de fuera (abetos, adornos, Papá Noel, etc.) disputen el espacio a nuestro belenes. Todo ello animado por un impulso comercial formidable.
Nada tengo contra la simbiosis de costumbres, fiestas y celebraciones. Aunque lo tuviera, hay tendencias que ya son imparables y así hay que aceptarlas. Halloween y Navidad son buena muestra. Y no me parecería mal que fundiéramos nuestro Día de la Constitución con su Día de Acción de Gracias. Eso sí que tendría significado.