Leyendo la prensa, me viene a la memoria un poema de Alfredo Cuervo Barrero titulado, ¡Queda prohibido! Comienza así: "¿Qué es lo verdaderamente importante?". Importantes son muchas de las noticias de los últimos días: los avances de la A-15 entre Los Rábanos y Fuensaúco, la vuelta a las aulas de institutos, del campus universitario y de las Cortes Autonómicas con la extrema derecha en la bancada de la oposición como novedad, los 5,5 millones de euros que ha recibido Tierras Altas en el marco del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, el descenso de la criminalidad en Soria en un 5,1% durante la primera mitad de 2024, la venta de una Biblia judía, escrita por un rabino soriano en el siglo XIV, por siete millones de dólares, en una subasta de Sotheby's, la llegada a España de Edmundo González para recibir asilo político o el debate de Harris y Trump (perros y gatos mediante). Están siendo días intensos en lo informativo. Han trascendido muchas más noticias que no he incluido en esta relación. Muy importantes y muy opinables todas ellas. La sociedad cada vez opina más sobre más asuntos, pero con menos conocimiento. Brotan las opiniones a borbotones. Incontinencia de opiniones agarrándose a la libertad de expresión que brinda la democracia rozando, a veces, lo ilícito. A pesar de esta cascada tremenda de informaciones, hoy ando dándole vueltas a otra cuestión que ni ha propiciado un titular, ni una noticia, ni un comentario en X, ni una foto en Instagram. Desde hace dos años, camino de mi trabajo, paso a diario delante de una iglesia. En su escalinata duerme un hombre sobre cartones. Se arropa con unas mantas ennegrecidas. A veces, le veo cómo se despereza, se levanta y remueve sus escasas pertenencias como si estuviera en su propia casa, en la intimidad de su dormitorio, sin que nadie le viera. Es una calle muy concurrida, pero todos pasamos sin prestarle atención como si fuera parte del mobiliario urbano. No sé si le obviamos porque nos hemos acostumbrado a su presencia o porque, como ocurre con otros muchos problemas, preferimos mirar hacia otro lado. Pero esta semana, este hombre sin hogar (ya no se les dice mendigos) ha desaparecido. Me pregunto qué habrá sido de él. Me pregunto si el resto de viandantes que caminan a diario por delante de la iglesia también han constatado su desaparición y si, como yo, elucubran sobre su paradero. Quizá haya conseguido ayuda de los servicios sociales y esté beneficiándose de algún programa de inserción. O puede que haya decidido cambiarse a la puerta de otra iglesia. O que haya sigo acogido por familiares, amigos. En el peor de los casos, puede que haya fallecido. Me quedaré siempre con la duda. De lo que no tengo duda es de que el sinhogarismo es una de las grandes asignaturas pendientes de la sociedad actual, aunque no genere titulares a diario.