Cuesta condensar en tan poco espacio el escenario creado por la inédita decisión de Pedro Sánchez de tomarse cinco días para reflexionar sobre su continuidad al frente del gobierno. En la sesión de control de ese miércoles de autos se pudo ver a un presidente abatido. Sabemos que el jefe del ejecutivo tiene reacciones insólitas, a veces arriesgadas, que inducen a la confusión y la crítica. La forma elegida, dejando a un país en vilo tantos días, a un partido en estado de shock y con reacciones no demasiado positivas en la prensa internacional, no fue la mejor. Reconozco que me suscitó respeto por la implicación de su mujer, ahora inmersa en un largo periplo judicial y el convencimiento de que el flanco familiar iba a ser atacado con más virulencia si cabe. No tiene la situación fácil, con una oposición que busca su caída y unos socios indómitos, que continuamente se lo ponen difícil. Yo era de los que tenía mis dudas sobre la continuidad del presidente, pero reconozco que esta restitución de la normalidad supone una sensación de alivio, porque lo contrario hubiera sumido al país en una crisis política y en una incertidumbre que hubiera tenido peores consecuencias. Qué duda cabe que había tres temas importantes que afrontar, que seguramente pesaron en su decisión: El primero son las elecciones catalanas, que van a decidir mucho sobre la continuidad de la legislatura. El segundo las elecciones europeas, con un auge de la ultraderecha que puede condicionar un futuro gobierno de la Unión. El tercero, el controvertido y arriesgado proyecto de amnistía, que el presidente quiere concluir cuanto antes.
Más allá de si ha sido una pausa premeditada o estratégica, que es un debate difícil de esclarecer, me parece más importante analizar qué implicaciones tiene para el partido, debido a su hiper liderazgo y su gestión personalista, qué trascendencia puede lograr la interesante discusión que se ha abierto sobre la deriva en que ha entrado el debate político en nuestro país y qué está pasando en el escenario internacional, que vive uno de los momentos más críticos desde la crisis de 2008.
Es triste el espectáculo que está dando la política española, con una economía que va razonablemente bien, con unos bancos y grandes empresas con ganancias históricas, con un nivel de empleo que crece, con un paro que se reduce, y con otros problemas, sin duda, como el futuro de las pensiones, la vivienda o el paro juvenil y de personas de más de 55 años, que no son objeto de un debate sereno y constructivo como correspondería a un país serio. Llama la atención que el ministro de economía no haya tenido ninguna interpelación a lo largo de los cuatro meses que lleva en el gobierno. El deterioro del debate público no es reciente. Ya en la anterior legislatura advertimos en algún artículo de la desconexión de la política que había en la sociedad española, por el clima de crispación alcanzado en el debate público. Hoy se corre el riesgo de desconexión de la democracia. Por eso es loable la idea de abrir un debate sobre la regeneración de la vida política; pero la forma de emprenderlo no ha sido la mejor, ni por parte del presidente, ni por parte del líder de la oposición. Los dos siguen dándose la espalda, sin hacer autocrítica y sin hacer gestos que lograran reconducir la situación e iniciar un diálogo que pudiera desembocar en algún acuerdo de mínimos sobre los límites de la política y la regeneración democrática del país.
El mundo atraviesa uno de los periodos más críticos desde la crisis de 2008. Tensiones de diversa índole condicionan el panorama internacional, provocando un escenario de desafíos e incertidumbres que no debemos soslayar. Hay un movimiento de fondo que está tensionando la vida política de los países democráticos, al que España, como miembro de la UE, no es ajeno. Un movimiento que sigue una estrategia clara de instalar a la sociedad en una realidad paralela en la que hechos y verdad no penetren.
Si en 2021 señalábamos que había que estar bien informado para entender la complejidad de la vida pública española, ahora hay que estar mucho más atentos para aprender a separar el trigo de la paja ante los continuos intentos de manipulación, que se sirven de medios digitales para crear confusión y desinformación, y fabricar bulos sin ningún tipo de ética. Este periodo de reflexión, que ha dado lugar a tantos debates y artículos de opinión, junto a muchas caricaturas y risas, puede tener un lado positivo, y es que la ciudadanía permanezca más atenta a lo que está pasando.