Jesús Bachiller

Jesús Bachiller


La democratización de la codicia

22/06/2024

Vivimos una época en la que la codicia se ha convertido en el nuevo virus que está conquistando y propagándose por capas cada vez más amplias de la sociedad, alcanzando a innumerables sectores económicos y conduciendo los comportamientos de una buena parte de la población. La búsqueda del beneficio individual es uno de los pilares del capitalismo. El problema surge cuando se sobrepasan todos los principios de la racionalidad y la sostenibilidad, y se aprovecha cualquier mecanismo, cualquier situación y cualquier método para conseguir el máximo rendimiento y un creciente lucro personal. Es entonces cuando surgen los excesos y aparecen distorsiones que acaban repercutiendo de forma muy negativa en la sociedad. Como decía José Luis Sampedro: «Si el dinero es el referente para una sociedad, esta está abocada al fracaso».
Estamos acostumbrados a ver ganancias récord en las grandes corporaciones. También sueldos multimillonarios en el ámbito empresarial, que no paran de superarse en las grandes empresas. Es suficientemente conocida la especulación en la agricultura, los cambios de cultivo en determinadas comarcas para alcanzar mayores rentabilidades, aún a costa de consumir más agua de la que da la naturaleza, o las nuevas plantaciones que surgen cuando hay una subida desmesurada de precios de algún producto, como ocurre actualmente con el olivo. Fondos de inversión, empresas y agricultores particulares tratan de aprovechar las coyunturas para hacer dinero. No faltan ejemplos en el sector servicios, que algunos tratan de ejercer, no para servir a la sociedad, sino para servirse de ella. Ya sabemos que la picaresca sigue siendo una práctica demasiado instalada en la idiosincrasia española.
Pero hay dos recursos que se han puesto de moda en los últimos tiempos por sus prácticas especulativas, su nivel de expansión y su alcance social. Uno de ellos es la vivienda y el otro la propiedad de la tierra. La vivienda hace mucho tiempo en España que ha pasado de ser un derecho a convertirse en un bien de mercado. La adquisición de vivienda como inversión tiene bastante recorrido en España y contribuyó a la gran recesión del 2008; pero sigue dando sorpresas. La explosión del turismo en los últimos años ha ideado una nueva práctica más rentable que el tradicional alquiler, como es la vivienda turística. La vivienda turística multiplica los ingresos. Por eso, grandes y pequeños tenedores, y empresas de todo tipo se han lanzado al negocio, aunque su impacto social sea muy elevado. Los barrios pierden su identidad, sube el precio de la vivienda en alquiler, se expulsa a antiguos inquilinos y el ambiente social se deteriora. Por si fuera poco, aprovechando la falta de vivienda, los propietarios todavía tienen una opción más para multiplicar por dos o tres sus beneficios. Se trata de la modalidad de alquiler por habitaciones, llegando a convertir el salón comunitario en una habitación más, haciendo la estancia todavía más difícil. A los jóvenes y a las capas más humildes de la sociedad cada vez se lo ponemos más difícil. No hacemos más que ponerles barreras y obstáculos a superar para poder independizarse y desarrollar una vida como la que nosotros conseguimos algunas décadas atrás. Es el caldo de cultivo para la protesta, el conflicto intergeneracional y el aprovechamiento por parte de algunos movimientos políticos.
La tierra es otro de los bienes que, con la nueva tesitura en la que está inmersa nuestra sociedad, se ha convertido en un recurso especulativo de consecuencias incalculables. La aparición de los nuevos usos energéticos, mucho más competitivos que los arrendamientos agrícolas tradicionales, están despertando la codicia de muchos propietarios, a menudo residentes lejanos del municipio donde se encuentran sus propiedades, para multiplicar sus rentabilidades, aún a costa de modificar los paisajes, expulsar a los agricultores y poner en peligro la seguridad alimentaria. Todo un fenómeno que no para de crecer y que en pocos años puede alcanzar unos extremos muy peligrosos.
Aunque hoy tenemos una economía mixta, con un papel más o menos destacado del Estado, hay que reconocer que la gestión de la propiedad sobre estos medios de producción está llegando a tales excesos, que producen grandes disfunciones. Un extremo que aconseja algún tipo de regulación y de ordenación, para evitar los impactos negativos que ya se dejan ver en el horizonte.