« Madre que todavía me sustentas- Madre, cuya profunda sabiduría me sostiene». Vicente Aleixandre
El domingo celebramos por aquí el Día de la Madre, y en ellas siempre una manera de repensar nuestras vidas. Una oportunidad de aprendizaje, desaprendiendo aún y a veces con apertura nuestro propio modo de concebir el mundo. Supimos disfrutar mucho juntas. Nos unió la alegría y la comprension que alimentan momentos imborrables. Se dice que somos nuestra infancia, por lo que se vivió o no, y como lo elaboramos -algo que depende del entorno, del caracter y del amor-. De este último me colmo hasta su último día. En mi recorrido biográfico familiar a ella le debo mi sangre Soriana y el respeto intergeneracional que fue moldeando mi camino. Una herencia para toda la vida, como la de.invertir también en lo que no se ve, con salud por dentro y por fuera. Fue una naturaleza verdadera que aporto ese toque de calidez al iluminar mi adolescencia, con los brios de un sentimiento ininterrumpido y el de una voz duradera que continuo escuchando. Mamá me crio libre, entre convenciones, tradiciones y convicciones firmes. Hoy cosecho la escenografía de recuerdos que hacen Presencia, al celebrar con amigos el ritual de cada tercer Domingo de octubre, honrando a quienes nos dieron la vida -y en el decir de la poesía cultivada de Aleixandre, una felicidad sin bordes-. Esta vez el plato principal fueron entrañas, uno de mis cortes preferidos de buena carne argentina. Cada cual ofreció su maqueta de referencia al momento del brindis, junto al regalo que en la mesilla de luz dejaríamos a nuestras madres. En la mia, complicidades locales mediante, lucieron un mirador pinariego, un monte colosal y la fragancia de flores frescas que no faltaban al organizar sus festejos como gran anfitriona- partes esenciales que habitan mi madurez.
Hoy caminaría con ella por el Collado, haciendo pausa en Casa Lázaro, donde este verano tuve el honor de estampar mi firma en el Libro de la taberna mas antigua de Soria. Luego, tomariamos rumbo hacia Atauta, bella tierra de bodegas y viñas , y en su noche iluminada beberiamos gustosas un vino singular. Un buen rato respirando la eterna estrofa de agua soriana bordaria nuestro paseo. Pilar no llego a cumplir 100 años como la peli de Saura, y tal cual me hubiera gustado, pero el nuestro fue un tiempo de calidad e intensidad profunda, cincelado con fervor por el hilo conductor de la gratitud que inspira cada letra de esta suerte de prosa experimental, que como andando por casa le dedico en Su Día, como cada tramo de mi historia junto a ella, que con agudeza sensorial hoy cobra especial sentido y animo virtuoso y expansivo al infinito y más allá. Cada vez más cerca, a imagen y semejanza de mis cartas con principio y final invariables: Querida mamá.... Te quiero.