Con cierta frecuencia, como en un pequeño restaurante de menú del día de Valladolid. Es uno de esos sitios en los que te sientes en casa, no sólo por el menú, sino por la amabilidad de sus camareros y camareras. Una de ellas, Mila, además de profesional, amable y sonriente, es muy resuelta y pragmática. Tanto que en los últimos días, con motivo de la celebración de la Seminci, el restaurante se pone de bote en bote y tiene que buscar una solución rápida para atender al número de clientes que excede a la capacidad de la sala. Es tan resolutiva que, en vez de hacerte esperar más de media hora a que una mesa quede libre, te acomoda en alguna que ya está ocupada si la persona que ya está sentada y yo, no mostramos ningún inconveniente. Tiene una psicología natural que le permite acertar siempre a la hora de unir comensales que no se conocen de nada. Menos mal, porque sería tremendo convertir una comida en una batalla campal, metafóricamente hablando. Yo ya he aceptado en dos ocasiones y, en las dos, el acierto de Mila ha sido fantástico. En la primera ocasión compartí mantel con André, un chico gallego que está estudiando un máster de historia. Quiere hacer el trabajo final sobre la II República. Yo, republicana de pro, bendije a Mila. En la segunda cita gastronómica a ciegas, me tocó con un matrimonio de jubilados vallisoletanos, Marisol y Jesús, que tenían entrada para una peli de la Seminci a las 16.00 horas y no querían sentarse en las butacas del cine sin comer. Jesús era sindicalista y conocía Soria casi mejor que yo. Marisol era una de esas mujeres a las que no puedes dejar de escuchar con una voz calmada y, a la vez, cantarina. Divina, Marisol.
Estas citas gastronómicas que Mila, con su buen ojo, nos organiza de manera espontánea son como First Dates, el programa de Sobera, pero sin intenciones sentimentales. De momento, no nos ha preguntado, ¿tendrías una segunda cita gastronómica con…? En estos tiempos de relaciones virtuales en los que contactar con desconocidos es habitual, hacerlo presencialmente, parece algo descabellado. Ahora que priorizamos las relaciones a través de una diminuta pantalla en la que no se aprecia en su totalidad el lenguaje no verbal, el olor de las personas o el sonido de los silencios; me ha encantado compartir menú del día con desconocidos. Me fascinó charlar con naturalidad y confianza frente a personas que no hubiera conocido si no fuera por esa extraordinaria circunstancia y ese ojo clínico de Mila. Dialogar con extraños mientras nos comemos un plato de lentejas casero o un bacalao al horno es lo más exótico que he realizado en los últimos años o quizá en toda mi vida. Aunque termine la Seminci y baje la afluencia a este restaurante, me encantará seguir disfrutando de mesa y menú con desconocidos con los que corroborar la importancia de socializar en la vida real. Gracias, Mila.