Estamos atravesando una curiosa frontera. Es esa línea que separa el entusiasmo por el liderazgo mundial que lucimos en materia de turismo nacional e internacional,-Estados Unidos nos supera pero buena parte de sus flujos son internos,- de la fobia evidente en periodos de masificación. Ahora por ejemplo. Los medios de comunicación se hacen eco de los inconvenientes que genera la masiva llegada de visitantes a más de media España y los sesudos tertulianos reivindican soluciones, regulaciones o lo que sea para que no se produzca una alteración tan molesta en la vida cotidiana de los aborígenes peninsulares que cada vez miran con más recelo a todo ese personal foráneo aunque no ignoran que sustentan gran parte la economía de este país. Todos entienden la situación, pero no he escuchado ni una sola idea sensata que permita armonizar los pingües ingresos del turismo con la incómoda presencia de millones y millones de turistas. No descarto la posibilidad de que, simplemente, no exista una solución eficaz al respecto y seguiremos alternando las manifestaciones de Málaga, Barcelona o Mallorca, con las notas de prensa triunfalistas de los responsables de esta materia, que proclaman un récord tras otro, año tras año en la llegada de visitantes.
Descendamos a la situación de la provincia de Soria. Hay foráneos sí, pero no hasta reventar. Aún parece que tenemos margen de maniobra para regular su presencia si bien hay que reconocer que la mayor parte de los llenan nuestras calles en estas fechas son 'veraneantes' no 'turistas' en sentido estricto. Los primeros tienen vinculación y alojamiento familiar en esta provincia y los otros son los de hotel, casa rural, camping o lo que sea. En cualquier caso llegan y no son pocos los que hacen de su capa un sayo, entre otras cosas porque no hay nada regulado. Todo el monte es orégano. El ejemplo más cercano y gráfico es la Dehesa en la capital. No es extraño ver a críos y menos críos subidos al árbol de la música, tumbados en la zonas ajardinadas o paseando sus perros por ellas. Añado que nadie les llama la atención en el alto de la Dehesa, con césped para sentarse a quienes monopolizan ese espacio para jugar al futbol. Y no son niños precisamente. Hay un cartel pintarrajeado, que indica la prohibición de jugar al balón a mayores de 12 años. También se indica que no se puede circular en bicicleta por los paseos. No sé si no lo ven o pasan, porque saben que, es más difícil ver un guardia municipal es estos espacios que a un pingüino en el Espolón. Quizá, si empezamos a organizar esas pequeñas cosas, no se nos subirán a la chepa las hordas de turistas que quizá, algún día lleguen. Digo.