Es incontrovertible qué en 1975, el 20 de noviembre, se produjo el hecho biológico de la muerte del dictador Francisco Franco. También lo es que ese momento no supuso la recuperación de la democracia y que hicieron falta tres años harta la aprobación de la Constitución para que fuera efectiva. Con la muerte del dictador se intensificó la batalla por conseguir las libertades a la que se sumaron más personas que las que lucharon en la clandestinidad contra el franquismo. Salvo algunas interpretaciones procedentes del posfranquismo actual, es incontrovertible que el régimen de Franco fue una dictadura que abolió libertades y derechos y que fue una labor de todos su recuperación, que implicó sacrificios por todas las partes y hubo que vencer resistencias, mayores en quienes procedían del régimen, que además contaban con mayores posibilidades de condicionar el futuro, como así ocurrió.
Si existiera un consenso básico sobre todo lo anterior las reticencias al recuerdo de la muerte de Franco carecería de sentido entre quienes rechazan su régimen y sus consecuencias, incluido el PP que lo condenó, no sin esfuerzo, hace más de veinte años. Considerar que los actos previstos son un instrumento más para atizar el odio y la división de los españoles puede ser un motivo más para certificar la necesidad de esta operación de recuerdo, porque a estas alturas de la vida democrática tendría que ser una asignatura aprobada y servir para levantar un muro entre quienes defienden la democracia y aquellos que, a través de la glorificación del dictador, vuelven a ponerla en cuestión junto a los derechos conseguidos y ampliados a lo largo de estos cincuenta años.
Si la intención de los actos de "España en libertad" tienen esa función pedagógica, bienvenidos sean, y más si sirve para que muchos jóvenes que giran su vista hacia la ultraderecha comprenden qué es vivir con ausencia de libertades, como les pueden enseñar sus mayores que las perdieron, o las mujeres que no pudieron disfrutarlas hasta después de la muerte del dictador. En el ambiente de polarización y crispación la iniciativa del Gobierno es denigrada como un instrumento electoralista, como si alguien se acordara ya de que Franco fue desenterrado del Valle de los Caídos, o una cortina de humo para ocultar los procesos judiciales que afectan al partido y al entorno de Pedro Sánchez, y como si no hubiera un partido de la oposición y una prensa afín dedicada a recordarlo al hilo de las resoluciones judiciales. Críticas propias de la política con minúscula para el consumo diario.
Si se cumplen las previsiones que apuntan las tendencias de todos los sondeos de opinión, el PP estará en el poder cuando haya que celebrar el cincuentenario de la aprobación de la Constitución y el verdadero momento de la recuperación de las libertades y el fin del franquismo, que todavía intentó en un par de ocasiones llevar al país a una nueva etapa autocrática. Si los partidos de derecha y el centro -los que venían del franquismo y los que comprendieron el signo de los tiempos- desempeñaron un papel determinante en la llegada de las libertades, tienen también motivos para recordar que la muerte de Franco fue el punto de partida de la recuperación de las libertades, en lugar de oponerse a participar en lo que algunos de sus intelectuales orgánicos denominan aquelarres.
¿Podrá rendir el PP ese homenaje a la democracia si tiene a Vox como socio de gobierno?